Tuesday, December 12, 2006

HE VUELTO, LO INTENTARÉ

En estos días no sale el sol, sino tu rostro,
y en el silencio, sordo del tiempo, brillan tus ojos.
(Silvio R.)
Llevo una temporada sin escribir nada en esta página, básicamente porque desde la fecha de mi abandono temporal estoy escribiendo a diario correos que me han permitido acceder a colarme de polizón en las naves de otras vidas. Algún planeta que discurría por el mismo universo que el mío, trazó su órbita tangente a la mía y hemos podido reconocernos y hemos decidido continuar el viaje juntos por esta galaxia inexplicable. Esto me ha llevado unos meses, pero no doy por perdido un sólo minuto de todo este tiempo en que he conocido a personas maravillosas, que hacen que mi vida hoy sea un continuo huracán de sensaciones y emociones que me hacen sentir feliz, discretamente feliz. Después de esta justificada ausencia en la que también he continuado escribiendo algunos textos que adjuntaré a éste, espero que mis lectores, creo que son sólo dos, me perdonen el abandono temporal y vuelvan a contactar en este cuadrante universal.
Los textos escritos hacen precisamente referencia a la contradicción que experimento cuando reflexiono acerca de mis sentimientos y emociones, aquéllas que corresponden al ámbito personal, como ser humano, como individuo, en oposición a las sensaciones que experimento cuando pienso en mí mismo como hombre, miembro del colectivo social. No puedo dejar de plantearme lo difícil que se torna la felicidad individual cuando se está inmerso en el contexto social actual. No obstante, parece que es posible, pero a costa de qué, renunciando a toda una dimensión del ser humano que le otorga su condición de tal por definición, su dimensión social, su estatus como miembro del colectivo. Sobre estas emociones ambivalentes versan mis últimas reflexiones y aquí dejo una primera entrega para que mis dos lectores las tengan a mano y puedan juzgarlas, contradecirlas o hacer con ellas cualquier cosa que pueda servirles de algo.
La búsqueda de sí mismo es la única empresa que lleva al final a un discreto triunfo que puede servir de morada habitable en la que, arropado por la memoria, saborear la felicidad que florece sobre las rígidas ramas de la libertad.

La reflexión es el acto fundamental que permite extraer conclusiones para afrontar el reto incesante que supone cada elección, cada decisión. En esto consiste la libertad, en elegir cada instante, ante cada acontecimiento, quién queremos ser.
Este texto es también un regalo para mi hijo, como gran parte de mi vida.
"Parece que no puedo hoy dejar de escribir, aunque tampoco siento la necesidad de hacerlo. Es como si estuviera hundido en mi tedio histórico y quisiera espantar esta idea de mí.

Vuelvo a pensar sobre lo que escribí ayer y no dejo de darle vueltas a mi imposibilidad de expresar ese doble sentimiento que me aborda todos los días, esa contradicción en la que me muevo, contradicción que se llega a interiorizar y a constituir la sólida base de la neurosis a la que todos estamos expuestos, salvo que renunciemos a una de las dos realidades que se contraponen en cada momento casi, en cada decisión, en cada acto simple de libertad.

Cuando elegimos ejercemos nuestra libertad, eso aprendí un día, pero no es fácil sentirlo de esta forma cuando estamos condicionados absolutamente por la contradicción que subyace a todos nuestros pensamientos. La lucha, la oposición, la contraposición, el disenso, la divergencia, el desacuerdo, entre el individuo, íntimo, particular, aislado, más bien solo y en representación de sí mismo, y el hombre, miembro de una comunidad, el ser social, el ciudadano, el hombre tornillo del engranaje social, produce un desgaste que nos presiona a elegir entre ambas perspectivas, siempre una a costa de la otra, para reducirnos, para empequeñecernos, para sustraernos, en todo caso, mermar la potencialidad de ser felices, discretamente felices, a ratos felices.

Mientras el individuo crece en su capacidad de elección por arte de los modos de consumo y puede, empapado en su cultura, humanizarse en su ámbito íntimo, con un puñado de amigos y saborear un momento delicioso de fraternidad, ¡oh dios lo he dicho! Compartir momentos, sensaciones, deseos, incluso reír y experimentar algo parecido a la alegría de estar vivo, el ciudadano, el hombre, mira a su alrededor y, empapado de su cultura, no puede sustraerse o quedar ajeno a la vergüenza de su pertenencia al género homo. No puede no sentir la desesperación de formar parte de un sistema en el que se han desarrollado unos antivirus, por usar un símil habitual, que no permiten ningún punto de debilidad por el que se pueda suscitar una modificación realmente alternativa del rumbo tomado hace ya más de veinte años.

Siente la vergüenza de formar parte de esta llamada “Cultura Occidental”, que sólo tiene sentido en oposición a Cultura Oriental, a Cultura Meridional, a Cultura Septentrional, deberíamos decir también quizá a Cultura Austral y Cultura Boreal, o quizá Mesocultura, o Cultura Ecuatorial, o Cultura de Tierras Altas y de Tierras Bajas, sólo como pieza de un colage amplio y heterogéneo, como contribución a la riqueza de la policromía global, nunca como objetivo, como horizonte al que deben dirigirse el resto de los humanos, jamás como invasión, infestando cada lugar al que llega una botella con etiqueta roja, sin siquiera conocer o ver, solamente estudios de mercado, expansión, rentabilidad, riqueza neta, margen comercial, reducción de costos a costa de todo y de todos.

El proceso de aculturación al que el imperio somete a todos los demás hombres no busca la hibridación cultural natural, persigue la implantación del modelo único al que todos tengan que obedecer y servir, pero sobre todo, al que todos tienen que contribuir a engrandecer. Pero engrandecer el sistema, el modelo, es sólo magnificar la divergencia, aunque se haga en nombre de la convergencia en algunos paisitos que se creen grandes y que no han dicho nada aún, nada importante al menos en los últimos trescientos años.

El modelo se basa en el desequilibrio entre una gran masa humana que trabaja y consume para que una élite mínima sea muy muy rica, más allá de lo comprensible, más allá de toda razón y toda lógica, más allá de lo que un ser humano por definición limitado puede abarcar o gastar o desear. Las grandes fortunas sólo tienen el sentido de perpetuar esta posición de privilegio eternamente para su descendencia y para la descendencia de esta descendencia que nunca trabajará. Viene a ser algo así como asumir el sistema de castas, tan denostado cuando se juzga en otros países, en otras culturas, pero a escala global. Es decir, existen los trabajadores, las clases medias digamos, aunque es un término absolutamente indefinido; una enorme y creciente masa de miseria, un submundo al que no se permite ni salir de sus fronteras, de sus jaulas secas y, finalmente los, llamémosles intocables, porque estos pueden hacer lo que quieran, ir, venir a donde quieran, con salvoconducto para desayunar en un país, cenar en otro, follar en otro y a quien sea, sólo es necesario acordar precios, pero no hay límite de gastos, tampoco lo hay de desvergüenza. Estos son además los grandes modelos a seguir, lo que todos pretenden ser. Los medios nos venden la imagen de estos grandes hombres y guapísimas mujeres sin límite de gastos y todos quieren ser ellos. Están por encima de las fronteras y de la ley y muy por debajo de la dignidad, por mucho yate y corbata o vaquero ajado que gasten.

Inmensas fortunas se derraman en cuarenta manos sin cuidado de que puedan agotarse. El ritmo de regeneración de las mismas es cien veces superior al más inimaginable de los despilfarros, inversamente proporcional al ritmo de regeneración de los recursos que agotan, en nombre del desarrollo sostenible en algún rincón de algún paisito de mierda, gobernado por pequeños caudillos herederos de un caudillo anterior con uniforme y peinado nuevos.

La denominación de “Primer Mundo” no parece tener sentido. Ser el primero cuando uno es quien lo asegura y cuando uno mismo construye el baremo que otorga esta categoría y establece qué se considera y qué no se considera a estos efectos, carece de valor. Es un ordinal que pierde todo su sentido y se convierte sólo en un eufemismo más para nombrar la zona oscura, la que produce el daño irreversible al resto, la epidemia, la plaga, la enfermedad del planeta, el área afectada por el cáncer de la especie humana, la avaricia sin límites, parafraseando con todo el respeto a Thomas Berhard, el sarcófago del mundo, porque encierra la muerte dentro de sí, en sus propias calles, pero en este caso también la produce fuera de sí, en todas partes.

Olvidemos el deterioro ambiental por una vez y hablemos solamente de destrozo humano, pensemos solamente que un euro diario alimenta un hombre en algunas zonas de la anecúmene, del mundo inhóspito, inhabitable, en las áreas que superan el umbral de la pobreza definible. Pensemos exclusivamente, y sin fijarnos en el escenario demasiado, en los hombres de una fabela, en los hombres de un desierto africano cualquiera, en los hombres que arrastran sus cuerpos mendicantes por las calles de cualquier ciudad del imperio, en niños trabajando catorce horas diarias sólo para comer en oriente, en zabbaleen’s egipcios; familias que viven en vertederos sólo para comer, sin más perspectiva que montañas de basura, putrefacción, todos los días de la vida, sin vacaciones, sin tregua, sin pausa, sin levantar la vista ni la nariz del hedor.

La rememoración de estas imágenes, traerlas al recuerdo de forma volitiva produce una sensación de vergüenza de estar a este lado; de frustración por no tener capacidad para dilucidar alguna treta o truco que pudiera colarse y producir un mínimo cambio en esta realidad; de asco y náusea al pensar cual es la contrapartida de nuestro bienestar, de nuestro vivir “dignamente”; de impotencia ante el gigantesco monstruo al que hay que enfrentar; de indefensión, por sentirnos solos ante este sentimiento y fracasar estrepitosamente al intentar comunicarlo; de dolor, porque si somos un poco humanos ya, o aún, no está claro cual es el sentido de la in-e-volución, no podemos obviar los millones de muertos vivientes y tener por tanto “la sensación de que a uno se le arruga la cabeza como una fruta seca por ejemplo, la sensación de que a uno se le mea el alma del cuerpo como no pudiendo contener el orín nunca más, la sensación de que le van quitando a picotazos las asociaciones” (Ulrike Meinhof). Utilizo estas duras imágenes porque creo que se sitúan en los umbrales del dolor psíquico que es lo que en definitiva experimento cuando soy ciudadano, cuando soy un hombre, un ser social, un miembro de la especie.

Todas estas sensaciones contribuyen de forma determinante a generar en el individuo, al menos en un individuo, un sistema perceptual cargado de significados contradictorios y le llevan a contemplar la realidad en la que se mueve como un escenario ajeno, como un decorado en el que representar a diario un personaje cuyo guión desconoce, pero que ha de adecuarse a una suerte de convencionalismos, a los límites de una moral imperativa, introyectada desde los más remotos recuerdos por la estructura social a través de todos sus estamentos, familia, escuela, grupo profesional, social, etc. Una moral genérica e indefinida, estrecha siempre por cuanto no obedece a criterios racionales y que es un subproducto, un poso en el que se superponen, dando lugar a un sistema caótico, todo un compendio de órdenes de distinta naturaleza.

Una de las bases más sólidas de la cultura se sustenta sobre el imaginario religioso, atrofiado tras milenios de intentos de adecuación a la realidad de la interpretación del mundo y sobre todo del hombre que en un momento el propio hombre crea para dar respuesta a interrogantes impresos, por defecto diríamos hoy, en su configuración como ser racional, quedando siempre obsoleto el resultado por referir a fundamentos ancestrales, que caen fuera del campo racional que informa gran parte de la conducta el hombre actual.

Intenta este conjunto de reglas establecer desde una perspectiva única, fundamentalista en la mayor parte de los casos, al menos en el ámbito de las religiones monoteístas, un sistema moral que suplante en el fondo de cada hombre los valores éticos, más en relación con la coherencia personal y lo pretende con carácter sustitutorio, es decir, sin dejar margen a la interpretación fuera de la jerarquía, que se erige en pastor y guía de un rebaño deprimido y malhumorado, por el estado de la cuestión en que se encuentra inmerso, como consecuencia también de la constante sumisión a estos preceptos escleróticos respecto de los ritmos sociales.

No sólo esta retícula mental, esta malla de referencia cognitiva, este patrón conductual obstaculiza el crecimiento del ser humano, del individuo, al imponerle unas limitaciones de las que de forma natural carece, más allá de la lógica incluso, en algunos aspectos fundamentales para su desarrollo como es su dimensión sexual, no hablaremos de sexo aún, sino que es probablemente una de las causas primigenias de los conflictos interculturales, internacionales, e incluso trascienden el marco de las fronteras físicas y administrativas, estableciendo un mapa propio, que da pie a gigantescos holocaustos y genocidios. En definitiva, cruzadas y guerras santas ha habido y están presente hoy, en nombre de dios y de sus profetas, emprendidas por orden directa de la potencia creadora. No se sostiene sin ir más allá y, no obstante, continúan los hombres y los estados rindiendo vasallaje a los grandes pastores y a los ejecutores de las órdenes de dios, cuyo fin último es convertir a todos los hombres, al menos a aquellos que queden vivos después de la guerra santa, a una única verdad inexistente, a un único sistema de referencia moral bajo el que hay que vivir e interpretar la realidad. Incompatibles sistemas que pretenden imponerse no solo en la dimensión espiritual de los hombres, sino también informar el sistema social que debe seguir a tal interpretación.

No obstante todo esto, está aún socialmente mal valorado declararse ateo, o ni siquiera declararse, sino conducirse en las decisiones que se toman con carácter individual sin tener en cuenta dicho patrón moral en nuestra conducta, omitir cualquier consideración hacia esta posibilidad y negar toda vinculación de nuestros actos a una causa que tenga conexión alguna con este imaginario, que implique en algún sentido cualquier tipo de superstición o acto de fe en conceptos no racionales.

Por otra parte, la ideología política o el marco socioeconómico, basado en estructuras jerárquicas y cuyo máximo acercamiento a la noción básica de igualdad ¡he vuelto a decirlo!, es ese eufemismo denominado democracia, cuya definición se circunscribe a territorios, estados o grupos, delimitados por fronteras y por tal, en contraposición a otros territorios, estados o grupos, quedando obsoleto y doblemente contrapuesto al propio concepto de igualdad, no significa una posibilidad, sino una serie de mecanismos creados por los estratos superiores para perpetuarse en este lugar de privilegio. Es, en definitiva, la máxima concesión que las capas superiores de la pirámide social han accedido a otorgar ante la presión de la luchas de clases que han transcurrido en los últimos treinta y tantos siglos. Es la máxima consecución, dicho desde otra perspectiva, de las clases sociales en situación de desventaja respecto a las minorías en posesión del poder y los medios.

Todo el imaginario religioso, moral, e incluso social se fundamenta pues en la inoculación del miedo al descontrol, del terror impuesto por la denominada convención, sistema o consenso social que establece las reglas del juego, siempre velando por los intereses de quienes las formulan, así como un sistema de vigilancia de su cumplimiento, también controlado por los mismos, todo ello a fin de que no pueda siquiera pensarse en la posibilidad de un cambio en la estructura existente, que siempre sería, según los teóricos del liberalismo, capitalismo o neoliberalismo o postliberalismo o liberalismosficción como quiera llamarse, un retroceso en el proceso evolutivo, avalados, eso sí, por los más vanguardistas estudios científicos y de mercado.

Cómo es posible entonces que se utilice de nuevo como argumento para impedir que se plantee un cambio la tesis de que el estatus en que nos encontramos es el mejor al que hemos sido capaces de llegar en tantos siglos de Historia. No se cuenta no obstante que la Historia ha sido guiada e interpretada para que demuestre que el mejor camino es el actual, que las desviaciones del mismo o intentos evidentes de un cambio de rumbo en 1789 ¡vuelvo a caer en este vicio! O en 1917, o en 1968, sólo han sido pasos atrás que han frenado un desarrollo más intenso y que ha retardado nuestra llegada a la sociedad del bienestar general y de la información, sin mencionar eso sí la perspectiva ecológica de la destrucción progresiva del hábitat humano, de los recursos naturales, de las reservas de agua potable y aire respirable. Siempre habrá dinero para obtenerlo en caso de que se vuelvan bienes escasos, como los diamantes, que lo son y sin embargo existen personas que los poseen en cantidades. Gracias a que los diamantes no son necesarios para vivir."

Sunday, August 27, 2006

Un viejo cuento

Con motivo del día del libro, el "Colectivo Andersen" para el fomento de la literatura infantil me encargó que escribiera un cuento para niños en relación con los efectos y las causas. Este cuento fue lo que en aquél momento pude soñar. No siempre las causas originan los mismos efectos.


"La princesa y el sapo"

Érase una vez una princesa, como todas las princesas de todos los cuentos, que ansiaba encontrar un príncipe azul, como los príncipes azules de todos los cuentos.

Una mañana decidió que recorrería todos los rincones del reino: bosques, poblados y aldeas, como todos los reinos de todos los cuentos.

Ordenó a su paje que mandara a su mozo de cuadras ensillar su caballo blanco, un caballo llamado Nieve, que era como todos los caballos de las princesas de todos los cuentos.

También le ordenó que se enviara un mensajero que informase a los pregoneros de que, en cada aldea, poblado o bosque a su paso, todos los jóvenes del reino se congregaran a los lados de los caminos.

Una vez estuvo listo su caballo blanco, se puso su vestido de montar y salió al galope por la puerta grande del castillo, dirigiéndose a la primera aldea. Los jóvenes se habían situado con sus mejores trajes a lo largo de los caminos y la princesa iba mirando a cada uno al paso de su caballo.

Después de recorrer todas las aldeas, bosques y poblados sin encontrar su príncipe azul, le invadió una gran tristeza y se sintió de pronto sedienta. Detuvo su caballo junto a una fuente en el camino de regreso al castillo; una fuente como todas las fuentes de todos los cuentos, con mujeres que llenan sus cántaros, con niños que juegan a mojarse unos a otros, con hombres que miran las piernas de las mujeres que llenan sus cántaros y cuidan sus niños.

Se acercó al caño para beber y escuchó una voz grave que mencionó su nombre, o lo que, como en todos los cuentos, le servía de nombre:

- Alteza, Alteza....
- ¿Quién me nombra?
- Soy yo Alteza, junto a vos, en la piedra blanca de la fuente.

Dirigió a ella su mirada y vió un enorme sapo marrón que la miraba fijamente.

- ¿Tienes nombre?, preguntó la princesa.
- Sí, me llamo sapo, como todos los sapos de todos los cuentos.

Y continuó hablando con gran ternura.

- Alteza, toda la vida he esperado en la fuente que llegara este día para confesaros el amor que he sentido por vos. Cuando era muy joven vivía en el estanque del jardín de palacio, hasta que unas manos de niño me capturaron y me abandonaron junto a esta fuente. Cada tarde, cuando el sol empezaba a declinar y os asomabais a mirar vuestro rostro en el espejo del agua, yo permanecía en el fondo del estanque y contemplaba la belleza de los ojos grizules que se buscaban a sí mismos, sin reparar que detrás de ellos, enamorado de la piel blanca de una niña que es hoy la más hermosa mujer del reino, un sapo soñaba ser príncipe. Desde entonces no he dejado de pensar en el momento de volver a miraros.

La princesa, se sintió muy conmovida por las palabras del sapo; jamás nadie le había hablado con tal sinceridad y ternura. La princesa, que había leído muchos cuentos como todos los cuentos de princesas y príncipes, acercó su rostro al sapo y posó sobre su piel gelatinosa un cálido beso.

En un instante sucedió una increíble metamorfosis: la princesa se convirtió en rana y se marcharon croando y fueron felices y comieron lombrices, moscas, larvas y todo tipo de manjares. Una metamorfosis que jamás había sucedido en ningún cuento.

Fin.

15 de Abril de 1999

Primera prueba

Esto es una prueba para dar las gracias a mi hijo, ya que por él puedo hoy penetrar en una nueva esfera de la virtualidad. Este espacio de opinión y de comunicación que viene configurándose como una alternativa interesante para retomar el acto fundamental y definitorio de la especie humana; la comunicación. Con ello se abre además una posibilidad de debate, al margen de los canales de participación habitual, que podría permitir el ejercicio de una nueva dimensión de la democracia, entendida como sistema que posibilite el debate entre todos los componentes de una sociedad, de una cultura en el más ámplio sentido de esta palabra o, para ser más explícito, de una civilización, entendiendo como tal el conjunto de personas y culturas que habitan el planeta de forma contemporánea, compartiendo el espectro espaciotemporal. Constituye entonces una posibilidad de ejercer un derecho de autodeterminación individual, de participación en el debate para la toma de decisiones con repercusión colectiva, de participar en resumen en la conquista de la libertad desde canales externos al sistema establecido, cuyo poder ejerce un control total sobre la imposibilidad de cambio.

En la realidad actual, sumergidos en un sistema capitalista que se sustenta sobre la base del consumo ininterrumpido, nos vemos en la obligación de trabajar gran parte de la jornada, incluso en los días que en otro tiempo, como grandes logros de la clase obrera en su lucha por sus derechos, habían sido dedicados al descanso. Y no sólo se había conseguido descansar y poder dedicar dos días de los siete que cuenta la semana para el ocio y ejercicio de actividades lúdicas o culturales, de enriquecimiento personal o de simple desconexión de la cadena productiva, sino que se soñaba con que este paréntesis se ampliase a tres, e incluso a cuatro días, llegando a una distribución del tiempo en que dedicáramos la mitad del mismo a producir y la otra mitad a crecer, a vivir nuestros propios proyectos personales. Las actividades, llamémoslas rentables, relacionadas con la generación de rentas, han ido extendiéndose por todo el espectro temporal con el fin de maximizar los ingresos y, por tanto, la potencialidad de consumo.

Toda esta situación ha llevado a la imposibilidad material de mantener relaciones que excedan el ámbito profesional y éstas vienen, con carácter general, contaminadas por las tensiones derivadas de la jerarquización empresarial, de los plazos de entrega, del nivel de competencia..., quedando las relaciones amistosas, con mayor contenido emocional, pospuestas a un momento que cada vez se aleja más y que cuando llega ha perdido la fuerza de lo cotidiano y la frescura de lo espontáneo.

Agradezco a mi hijo la posibilidad que me brinda de crecer, de mejorar como ser humano, para conseguir acercarme a su perspectiva y no distanciarme de sus inquietudes y motivaciones, para poder compartir con él la mayor cantidad de experiencias y tiempo posible.

También merece una explicación el nombre del blog "Enredaciones" que responde a una suerte de pensamientos que se enredan y se redactan, quizá podría ser más directamente legible Enredacciones, pero lo evidente entorpece la interpretación y no quiero que esto suceda. Esta herramienta se muestra casi como una experiencia Joyceana, una posibilidad de derramar el pensamiento a través de los dedos, que se conectan directamente a un teclado para, una vez exteriorizado, sirva de referencia para la introspección personal.

Nuevamente, Gracias HIJO.